La asíntota del caballero

Hugo M. Gris
8 min readSep 26, 2017

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(…) En mis entrañas la criatura se retuerce de dolor y gruñe y me dice que lo necesito. Aparco el coche. Ahora mismo no puedo soportar estar encerrado. Camino por las calles de la ciudad que estoy aprendiendo a odiar, la ciudad que se ha dado por vencida, como parece haber hecho el mundo entero. Soy un zombi. Un barco a la deriva. Un hombre que murió hace 10 años.

BRUCE WAYNE EN EL REGRESO DEL CABALLERO OSCURO, FRANK MILLER, 1986

Batman no puede vencer. Su relación de interdependencia y reciprocidad con la oscuridad estructural de la ciudad de Gotham es, tanto la justificación de su existencia, como el ancla que impide a su historia alcanzar un cierre. Su mismo origen está siempre ligado a la característica principal de la metrópoli creada por Bob Kane y Bill Finger en 1941, sea cual sea la iteración de turno — un cómic, una película, un videojuego — : la criminalidad latente en el ADN de la ciudad. Gotham mata a los padres del pequeño Bruce Wayne, en lo que después se convertiría en el Callejón del Crimen, por medio de una personificación de sí misma: a través de un criminal de poca monta que empuja al joven a un abismo de miedo, tinieblas y autodestrucción del que ya nunca será capaz de escapar.

A través de los años y de la repetición, Bruce Wayne y Batman se ven envueltos en un ensayo del eterno retorno, una reimaginación del tiempo circular borgiano con una norma fundamental y, en principio, inquebrantable: el equilibrio debe prevalecer. La relación triangular que se teje entre el Caballero Oscuro, Gotham y el Crimen es la base sistemática en torno a la que se han desarrollado todo tipo de arcos argumentales, reversiones y adaptaciones, de interés mayor o menor según se discuta. Pero son las historias que intentan modificar el statu quo de la obra original las que atesoran mayor interés, pues diseccionan y cuestionan el funcionamiento mismo de la misma.

El asalto más reciente a esa base fundamental tiene lugar en Batman: la Lego película, en cuyos primeros compases se puede ver brevemente cómo es la vida del héroe si se quita el Crimen de la ecuación. El espectador se enfrenta, durante esos momentos, a una especie de personaje híbrido con cuerpo de Bruce Wayne y cabeza de Batman que nada en la deriva de su propia redundancia, incapaz de desprenderse de ninguno de los dos polos que lo define, que pasa los días comiendo langostas thermidor montado en una de sus numerosas motos acuáticas, flotando en una de sus también numerosas piscinas-embarcadero; que revisa sus películas comedias románticas favoritas en una solitaria sala privada de cine; que practica la natación entre delfines domesticados; que vive en una oscuridad simuladamente perenne fabricada de cortinas cerradas y luces tenues siempre en una guardia que, ahora inútil, le convierte en una parodia de sí mismo.

Pese al tono leve y cómico que la tiñe, la legopelícula no da puntada sin hilo y deconstruye con precisión la bipolaridad característica del vigilante en medio de la mencionada relación triangular en que se mueve. Hacia el final de la película, cuando un mal de orden superior, formado por una amalgama de villanos cinematográficos ajenos al universo de los comics, amenaza con destruir a aquel que es inherente a la ciudad, el de sus propios criminales clásicos — esto es, los propios de la franquicia — , estos se alían a Batman y sus secuaces para evitar que Gotham se — literalmente — fracture, creando una serie de cadenas humanas que devuelven las piezas a su sitio a base de pura fuerza, evitando que la ciudad se precipite a una conclusión que supondría el final de todos sus personajes. Se cierra así otra vuelta del círculo, restableciéndose el estado normal de la norma, tras lo cual Batman y una de sus más míticas némesis, el Joker, se dan un apreton de manos y quedan en seguir persiguiéndose, como siempre, algún otro día.

Otro de los trabajos clave para entender esta idea es El retorno del caballero oscuro, de Frank Miller. Considerada por muchos como la obra cumbre del héroe, y destacando el uso de la palabra retorno en su título, tiene la particularidad de presentar un Bruce Wayne post-Batman. Al inicio de la narración, el multimillonario es presentado como un anciano que lleva más de diez años en retiro. Esto, lejos de suponer una liberación de carga, trae consigo nefastas consecuencias tanto para el que fuera héroe, como para la misma ciudad. Acosado por los fantasmas del pasado, el viejo Bruce camina entre las calles de una Gotham colmatada de sí misma, en un estado crítico de criminalidad que resuena con la voz interior del vigilante dormido. Tras varias viñetas de lucha interna, la voz de Batman recupera el poder enterrado por el paso del tiempo y la inactividad y sentencia:

Ha llegado la hora. Lo sabes en el fondo de tu alma. Porque yo soy tu alma. No puedes huir de mí. Eres pequeño, eres diminuto. No eres nada. Una cáscara vacía, una trampa oxidada que no puede retenerme. Al consumirte lentamente, te quemo. Al quemarte, resplandezco, brillante y salvaje y hermoso. No puedes detenerme. Ni con vino, ni com promesas ni con el peso de la edad. No puedes detenerme aunque lo intentes. Aunque huyas. Intentas ahogarme, pero tu voz es débil.

Aún a pesar de la elipsis temporal que da lugar a los acontecimientos que desarrollará Miller a partir de esta vuelta al origen — aquí por segunda vez en una sola iteración — , la ruptura con la norma básica no puede durar para siempre. A su regreso, no obstante, Batman se ha de enfrentar a una Gotham mucho más cruda, podrida y letal, que le obliga a poner en práctica una vigilancia mucho más agresiva y cruda para combatir a la autodenominada nueva ley de la ciudad, los Mutantes, quienes han adquirido un poder desmesurado y campan a sus anchas por las calles sucias y desoladas de la urbe. Al mismo tiempo, el caballero oscuro debe combatir tanto la voz de sus achaques interiores, esa que le dice que es viejo, inútil, un eco del pasado, todo ello sumido en un contexto urbano reaccionario que, siempre utilizando la televisión como vehículo de expresión, ve en Batman una parte más del problema, nunca de la solución.

Los cuatro libros que componen este trabajo acercan la reflexión a la condición de pivote que el viejo héroe ocupa en esa triangularidad en que se mueve. Página tras página, la figura de Batman se ve asediada por sociólogos de plató, por una opinión pública dividida, por una nueva comisaria de policía que emite una orden de alejamiento contra él, por un Joker que vuelve de la catatonia resultante de la ausencia de su mayor enemigo — similar a la que experimenta este en la legopelícula — , por un líder mutante joven, fuerte y portentoso al que el anciano es incapaz de vencer en combate directo y que no es más que la encarnación del tiempo perdido.

Batman no es más que lo que su realidad necesita que sea: duro, temible, ominoso, como dura, temible y ominosa es Gotham. El arco argumental de la historia pasa por su retorno, su triunfo, su caza y su caída, hasta llegar a una última viñeta que, una vez más, todo vuelve a empezar. Hacia los últimos compases, la tensión en que se ve sumida la lucha por el poder en las calles y la tirantez de las aristas del triángulo llegan a un punto tal que héroe se ve obligado a cruzar otra de sus máximas representativas, la que le impide matar. Consciente de su posición en un interminable ciclo de lucha imperecedera, la única salida es romper con la dinámica y terminar, de una vez por todas, con la vida del Joker: muerto el perro, la siguiente en caer debería ser la rabia. Por el camino, sin embargo, también se pierde para siempre la relativa superioridad moral de Batman. Tal y como el comisario Gordon, su eterno aliado, declara en público, el caballero oscuro es «el espíritu de algo que [en Gotham] necesitamos», y cuando la situación llega a un punto extremo, Batman debe sacrificar su identidad para evitar que el caos se apodere de la realidad.

La idea que fundamental de todo lo expuesto hasta ahora emerge explícitamente durante la batalla final entre Batman y Superman, que acude para detener la progresión devastadora a la que se precipitan los acontecimientos. Previa a la autodestrucción ineludible a la que siempre se asomó Batman, un último pensamiento de lucidez se abre camino en la maltrecha mente del caballero: “Nos vendiste, Clark. Les diste el poder que nos correspondía, como te enseñaron tus padres. Mis padres me enseñaron algo muy distinto. Tirados en la calle, temblando de miedo, muriendo sin razón, me enseñaron que el mundo solo tiene sentido cuando le obligas a tenerlo.”

Ese es el verdadero papel de Batman: darle sentido a la horrible y oscura realidad que le vio nacer, que mató a Bruce Wayne para siempre, convirtiéndolo en el alter ego de Batman, y no al revés. Ya sea en forma de muñeco amarillo, de portento físico o de anciano decrépito, esa será su maldición y su razón de ser: el estar íntimamente ligado al mal, al crimen y a al sacrificio personal en nombre de una lucha que no debe acabar. Muchas han sido a lo largo de la historia las reencarnaciones tanto del héroe como de su ciudad, y tantas otras son las que están por venir. Y ahí seguirá el caballero oscuro, incansable, mirando de frente a esa victoria inalcanzable, dispuesto como siempre a vivir otro día, a ser lo que Gotham necesita. A no dejar nunca de luchar.

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Hugo M. Gris

Como el color. Arquitecto. Crítico. Videojuegos, arquitectura, cultura y ciudad. Ruta Z̡͊ę̢̛̥̮͒̃͑r̘͎̃͂͒͜o̲͇͔̓̀̏ ☭